top of page

Nací en Suiza, en una absurda familia de absurdos y patéticos chocolateros. Mis padres tenían una pequeña tienda de chocolates donde ellos mismos los hacían, desde pequeña aprendí a preparar los mismos dulces que ellos. Parece una vida bastante aburrida, ¿no? Agradezco en gran medida que ese sea sólo el comienzo de mi historia. Con el tiempo, dicha tienda terminó cayendo en banca rota, y mis padres usaron sus contactos para recibir algo de apoyo económico con el fin de poder seguir viviendo. El error de ellos, fue que terminaron acudiendo a quienes nunca debieron acudir. ¿O tal vez sí? Buscaron ayuda de la mafia Suiza, y se terminaron endeudando hasta las narices con esos rufianes. Al final no les quedó más opción que emigrar a Japón, como era de esperarse me arrastraron con ellos.

En Japón no teníamos cómo vivir. Si mis padres hacían lo único que sabían hacer, lo cual era hacer chocolates, corríamos el riesgo de que nos descubrieran y nos mandaran a asesinar por huir. En vista de eso, no me quedó otra opción más que asumir el negocio familiar, así que más temprano que tarde terminé haciendo los mismos chocolates para poder sobrevivir.

El hacer chocolates... Me gustaba más de lo que creí que me gustaría. No era fastidioso, me gustaba, porque a la gente le gustaba mis chocolates. ¡De esa manera fui creciendo, y creciendo, y creciendo! Hasta el punto en que mis chocolates eran conocidos en todo el mundo, todas las personas se volvían locas por ellos. Mi línea de tiendas se expandió de forma nacional e internacional. ¡Tuve que montar mi propia fábrica! Todo era fantástico, porque era amada y adorada por todas las personas que amaban mis chocolates. Mi fama creció tanto, que un día terminé recibiendo una carta de la Academia Pico de Esperanza, invitándome a asistir a ese prestigioso como la Ultimate Chocolatier.

bottom of page